Pep Guardiola y la filosofía de ser el mejor técnico del mundo
Los hay con más títulos de Champions (tres ganaron Miguel Muñoz y Bob Paisley) y con menos. Los hay más altos y más bajos. Con más pelo o con menos. Con más carácter, personalidad o ego. También con menos. Y los hay más mediáticos, anticuados, carismáticos o tácticos. Los hay de todos los tipos, cierto, pero ninguno es tan equilibrado, completo y triunfador.
Así es Pep Guardiola. Discreto, educado, bien vestido. Bien parecido. Un técnico en su máxima expresión. El consagrador del modelo futbolístico por antonomasia. El evolucionista perfecto del modelo de Cruyff y su filosofía de amor por el balón. Tanto lo quiso mimar que se han dado situaciones en las que el rival ha sido incapaz de tocarlo.
Tres temporadas le han valido para aglutinar títulos, caché, seguidores y detractores. Es demasiado pronto para que alguien ose a levantarle el copyright a su producto, pero llegará esa hora. Él lo sabe y por eso renueva de año en año. No existe mayor motivación que la ambición diaria de uno mismo. Trabajar cada segundo. "Un entrenador del Barça no puede estar por estar, por ser de aquí o por lo que se ha hecho. Hay que ganarse las cosas", afirmó el dia que se hizo oficial su renovación hasta 2012. Ya había acariciado todos los títulos habidos y por haber, al menos una vez.
Profesor de buenos modales, con apenas un año de experiencia en los banquillos y tras ascender al filiar a Segunda B, aterriza en un primer equipo inestable y lastrado. Demostró carácter apeando a los díscolos, fuera cual fuera el rostro, el número y el talento maleado. Cayeron Ronaldinho y Deco, y amagó con Eto'o. Demostró carácter y talante, muy lejos de las malas formas, e hizo campeón de todo al Barça. Algo jamás conseguido.
Metódico y de sangre templada, leyó entre líneas y mantuvo su idea clara de sanear el equipo, de mantener la ilusión de todos. Así se fue Eto'o, sin importar el rendimiento o los títulos. Feeling lo llamó y se aventuró, entonces, a expandir su hegemonía. Llegó el turno de la doma imposible de Ibrahimovic y de la occidentalización de un desconocido Chygrynskiy. La broma salió cara, pero el capricho el entrenador que consigue todo en su primer curso y medio bien valía la pena. El matrimonio a tres duró una temporada.
Mientras tanto, la Masía seguía al 100 por ciento de producción y rendimiento. Su mentalidad y su gusto por el fútbol tenían su germen propio. Extrapolable. Como si de una cadena de montaje se tratara. Incluso aprendió rápido el oficio de fichar y adquirió jugadores favorables a su cartera y estilo. Acertó con Mascherano y Adriano entre otros.
Más carácter a final de temporada
Amante de la lectura, el cine y la música, y con amistades del mundo de las letras (Lluis Llach o David Trueba). Su forma de expresarse y su saber estar desconcertó a muchos, incluso le llegaron a tachar de actor en muchas ocasiones. Pero también demostró pasión en el último tramo de la presente temporada. Inédito, cierto, pero terrenal. Lo hizo con Mourinho, tras aguantar años peores, batallas de otro planeta. Desnudó su interior para presentar también esa parte del Guardiola puro. Sorprendió a todos. Y un día regular lo tiene cualquiera. Porque no hubo más y porque consiguió lo que quería: motivación.
Entre sus virtudes, los que le conocen aseguran que quiere escuchar a los que saben más que él, respeta a los mitos y trabaja día a día por el mero hecho de hacer las cosas bien y no por encontrar el reconocimiento del pueblo. Como si cada puntada surgiera por el regusto de uno mismo. Así era en el campo y así actúa su sucesor (Xavi).
A sus 40 años, se puede decir que es el perfecto responsable y el joven experto, capaz de ensamblar al futbolista con el método. El eslabón ideal. Tres años, diez títulos y la arrogante perfección. Una denominación de origen propia, la del mejor del mundo.
Vía: 20 Minutos
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