6 motivos por los que mi vida era mejor cuando fumaba
Hace un par de meses me adelanté a mis propósitos de año nuevo y dejé de fumar. Nunca he sido un fumador empedernido, por lo que no resultó un gran trauma. De hecho, cada vez que me planteaba abandonar la nicotina me costaba encontrar razones de peso para ello. No creo que mis 5 cigarrillos diarios fueran un peligro para mi salud mayor que, por decir algo, salir a correr por las contaminadas calles de Barcelona.
La cuestión es que dejé de fumar. ¿Mis motivos? Concretamente tres. El primero es que quería darle una alegría a mi madre. El segundo es un amigo cercano que lo estaba intentando y quería demostrarle lo poco que me costaba a mí (para joder un poco, sí). El tercero es que fumar ya no me gustaba. O eso creía. Ahora me he dado cuenta de que estaba equivocado. Fumar me gustaba. Es más: me he dado cuenta de que cuando fumaba mi vida era mejor. ¿Que por qué? Ahí van 6 razones de peso.
1. Era más productivo.
Los que trabajáis en una oficina probablemente creéis que los fumadores son menos productivos por las pausas que se toman. Pero cuando eres periodista freelance esto es totalmente distinto. Trabajar desde casa implica que no es necesario salir a ningún balcón para fumar. Escribir a contrarreloj implica que es necesario concentrarse. Esta combinación hace que la tentación de encadenar un cigarrillo tras otro sea elevada. Hay gente lo substituye por chicles. Otros por galletas. Yo lo substituyo por otra droga igual de adictiva: la procrastinación. Antes, cuando me quedaba encallado con un texto, encendía mi cigarrillo de liar, le daba un par de caladas y mi cerebro volvía a encontrar el camino. Ahora, en vez de eso me levanto de la silla, ordeno la casa, contesto WhatsApps y busco vídeos de cerditos en YouTube. Antes, cada momento de ofuscación me costaba dos chutes de nicotina. Ahora, me cuesta media hora de mi tiempo.
2. No era tan maniático.
Una de que las cosas que mencionan las millones de entradas que escupe Google cuando buscas los “beneficios de dejar de fumar” es que abandonar el tabaco mejora el gusto y el olfato. El problema es que cuando eres alguien especialmente escrupuloso con los olores esto no tiene por qué ser una ventaja. Desde que he dejado de fumar me he vuelto aún más aprensivo de lo que era con la pestilencia ajena. Subir al metro en hora punta es una tortura, procuro evitar a la gente que lleva ciertos perfumes y he dejado de coger el ascensor por miedo a encontrarme con un vecino con halitosis fulminante. En cuanto al gusto, ocurre algo parecido. Soy un cocinero pésimo, y cada vez resulta más difícil ocultárselo a mi paladar. También he descubierto que los japoneses de bufete giratorio están exclusivamente pensados para fumadores. Por si fuera poco, estas Navidades incluso me he llevado alguna decepción en las comidas familiares. Hubiese preferido seguir pensando que mi abuela era la mejor cocinera del mundo.
3. Ligaba más (bueno, lo intentaba más).
Desde la entrada en en vigor de la ley anti-tabaco, las puertas de los locales se han convertido en el verdadero catalizador social de la noche. A partir de ciertas horas, salir a fumar es prácticamente una garantía de una oportunidad de flirteo. Y todo sin tener que hacer demasiadas filigranas: por alguna razón, el estar fumando en el mismo lugar rompe el hielo automáticamente. Colegas solteros no-fumadores solían acompañarme a fumar porque eran conscientes de que era mucho más fácil ligar fuera del local que dentro. Lo cierto es que yo siempre era de los que menos pillaba, pero al menos lo intentaba. Desde que ya no aspiro humo, sin embargo, esa ilusión se ha desvanecido. Ahora, cuando voy de bares mis horizontes son mucho más restringidos. Mis cervezas, mis colegas, y alguna media-sonrisa a la camarera. Eso cuando no está fuera fumando.
4. Sorteaba mejor las situaciones incómodas.
¿Que me encontraba con un compañero del colegio y no tenía ni idea de qué preguntarle? Me liaba un cigarro. ¿Que me hacían esperar en la puerta del cine? Me liaba un cigarro ¿Que me aburría en la sobremesa de una comida familiar? Me liaba un cigarro. ¿Que me invitaban a casa de un amigo de un amigo y al llegar no conocía a nadie? Me liaba un cigarro. ¿Que la euforia se desvanecía y ya nadie hablaba en el after? Me liaba un cigarro. ¿Y qué hago ahora? Mirar el móvil como un zombie más, claro.
5. No lo echaba de menos.
A estas alturas ya ha quedado claro que echo de menos fumar. Pero este punto no es una perogrullada. A lo que me refiero es que el dejar el tabaco me ha desencadenado una suerte de reacción nostálgica, como de viejo rockero que cuenta batallitas en anuncios de cerveza. La nostalgia me hace sentir mayor. Y lo único que necesita un tipo en plena crisis de los 30 es otra cosa que echar de menos.
6. Tenía mejor salud.
La combinación de los cinco puntos anteriores me hacen llegar a la conclusión de que cuando fumaba tenía mejor salud. Y no, no es ninguna broma. Ciertamente mis pulmones estarán un par de tonos más claros. Pero mi sistema nervioso estaba mucho más equilibrado cuando recibía nicotina. O esta es la sensación que tengo. Teniendo en cuenta lo poco que fumaba, estoy seguro de que mi cuerpo era mucho más feliz disfrutando de esos pequeños momentos de placer que en el permanente estado de negación al que le someto ahora.// PlayGroundMag (COM)
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